Miguel Ángel Santos Solla, un médico de profesión y vocación, falleció a los 66 años en Pontevedra, dejando atrás una vida marcada por su pasión por la medicina y su amor por su familia.
Un hombre bondadoso y orgulloso
Desde el tanatorio, su familia lo describe como un hombre “bueno como un cacho de pan”. Estaba orgulloso de su esposa Isabel, sus hijos Miguel y Paula, y sus nietos Noelia y Airam. Además, tenía un amor incondicional por su perro Roque, quien era su compañero inseparable.
Un médico comprometido
Miguel trabajó en el desaparecido Hospital Santa Rita de Pontevedra y luego se unió al sistema de salud pública. Pasó un tiempo como médico en Sanxenxo y su último destino fue el centro de salud de Cambados. Allí se convirtió en el médico de referencia para muchos niños, aunque no fuera pediatra de profesión. Su turno de tarde lo mantenía ocupado hasta altas horas de la noche. Sin embargo, tuvo que tomar una baja por enfermedad, lo que se notó mucho entre los pequeños pacientes que lo extrañaban.
Un luchador hasta el final
A pesar de enfrentar varias enfermedades, incluido el cáncer, Miguel nunca dejó de luchar y mantener sus pasiones. Hasta el último momento, jugaba con su teléfono móvil mientras disfrutaba de sus amados Simpson y se preocupaba por su fiel compañero, Roque. Su familia, junto con Roque, lo lloran en el tanatorio de San Mauro, donde se celebrará un acto en su memoria antes de su cremación en la intimidad.
La vida de Miguel Ángel Santos Solla nos recuerda la importancia de vivir con pasión y dedicarse a lo que amamos. Su vocación médica y su amor por su familia y su perro demuestran la importancia de encontrar un equilibrio entre el trabajo y la vida personal. Nos inspira a perseguir nuestras pasiones y disfrutar de cada momento con nuestros seres queridos. La vida es frágil y debemos aprovecharla al máximo mientras podamos.
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